El poder de la palabra parece algo indiscutible. Tiene el poder de influir positiva como negativamente. De resolver o inhabilitar toda posibilidad.
Provoca emociones, efectos corporales y hasta hábitos. A veces queda grabada a fuego, dependiendo de la importancia que le demos al emisor.
Las palabras te puede definir, tus padres te ponen un nombre por determinada razón.
Te puede colocar en un lugar de valorización, de importancia o en el “último orejón del tarro”.
Algunos ejemplos en donde la palabra puede influir
“Mi madre me decía que yo no servía para nada y es así, lo compruebo día a día”
Seguramente no es que esta persona no sirva para nada, es que ha quedado tan tatuado en ella el “no servir”, que todo acto que ejecute tendrá que comprobar esta premisa, sino de alguna forma estaría perdiendo una parte de sí, que en realidad no es tal.
“Siempre escuché: con esa actitud no te va a querer nadie”
En el proceso de aprendizaje es sana la puesta de límites, pero ésta no parece ser la más adecuada. Hay que tener más cuidado aún, cuando esta frase parece indicar que uno debe amoldarse a los requerimientos de los demás.
“Eres alguien valioso y esto te ayudará a salir adelante”
Con esta frase puedes trasmitirle a otro que es alguien estimable, con valor y eso lo va a ayudar pese a las dificultades que deba atravesar en su vida.
“Confío en ti”
En el mismo sentido que la anterior, este confío en tí puede ser internalizado por un confío en mí.
En estos ejemplos aparecen los dos efectos de la palabra.
Si realmente tomaras conciencia de lo que puede provocar en el otro, lo pensaríamos dos veces.
La palabra va acompañada de gestos, tonalidades que hacen muchas veces que se reafirmen. Por ejemplo, un gesto de desaprobación junto con un “ese vestido te queda horrible”.
Por eso debemos tener cuidado con la palabra, procurar ayudar al otro y si voy a decir algo que no va en ese carril, mejor no decirlo.
La importancia de la palabra en los profesionales de la salud
En salud se habla mucho del cuidado en el uso de las palabras, sobretodo al hablar de diagnósticos, tratamientos y posibilidades de curación.
Hoy en día me asombro, lamentablemente decepcionada, de la forma que tienen algunos funcionarios de la salud al dirigirse a sus pacientes.
Y no hablo de equivocaciones, ya que todos nos equivocamos. Hablo de la posibilidad de reparar y tratar de que el paciente no se vaya “con los pelos de punta”, ser sincero con él, pero desde el cuidado, el respeto y la empatía.
El éxito de un tratamiento depende de varias factores: la persona, la familia, y de la institución de salud. Pero la palabra, la contención de quien atiende es fundamental.
Hablar claro, sin juzgar ni culpabilizar, responsabilizando a la persona por su salud. Sin dar certezas pronósticas porque no las tenemos. Debemos ser humildes.
Si eres profesional de la salud tienes una responsabilidad mayor, no lo olvides. Utiliza tu posición de poder para empoderar a los demás.
Una vez que la palabra se instala en nosotros cuesta cambiarla,cuesta reparar, pero no resulta imposible.
Me dirás: “eso es muy difícil de hacer, sobre todo si estamos enojados”. Sí lo entiendo, también soy un ser humano, pero si estamos enojados deberíamos esforzarnos en no hablar en ese momento.
No se trata de callar lo que uno siente, sino por el contrario, decirlo sí pero del modo más adecuado, que no te dañe a ti ni a los demás.